La invasión de Ucrania ha transformado profundamente la economía y la estructura social de Rusia, marcando una nueva era de militarización y dependencia de China. Desde febrero de 2022, el gobierno de Vladimir Putin ha priorizado el gasto militar, creando una economía centrada en la guerra y generando nuevas élites beneficiadas por el conflicto. Esta situación ha consolidado la confrontación con Occidente como un pilar central de la vida rusa, un cambio estructural que persistirá más allá de cualquier alto al fuego.
Según un análisis de Foreign Affairs, el Kremlin ha implementado una campaña sistemática para sofocar la disidencia, propagar propaganda pro-guerra y antioccidental, y asegurar el apoyo de amplios sectores de la población. Esta estrategia ha llevado a que muchos rusos, incluyendo funcionarios y figuras prominentes, vean a Occidente como el principal adversario.
A pesar de la firmeza mostrada por los líderes occidentales, sus acciones y declaraciones a veces han reforzado la narrativa del Kremlin sobre un conflicto existencial. La desconfianza arraigada de Putin hacia Occidente impide una reconciliación genuina, incluso ante posibles distensiones superficiales, como las que podrían surgir de cambios en la administración estadounidense.
La dependencia de Rusia respecto a China se ha intensificado desde 2022. China se ha convertido en un socio crucial, comprando el 30% de las exportaciones rusas (frente al 14% en 2021) y suministrando el 40% de las importaciones rusas (en comparación con el 24% antes de la guerra). Además, proporciona a Moscú una infraestructura financiera en yuanes para el comercio exterior. Esta relación estratégica ha llevado a Rusia a compartir diseños de armas y a fomentar la colaboración en ciencia, tecnología y energía.
La guerra ha alterado el contrato social ruso. La priorización del gasto militar ha obligado al Kremlin a tomar decisiones difíciles, como financiar una guerra costosa, mantener el nivel de vida de los ciudadanos y salvaguardar la estabilidad macroeconómica. Entre 2025 y 2027, se planea destinar cerca del 40% del presupuesto estatal a defensa y seguridad, en detrimento de áreas como la salud y la educación. A pesar del crecimiento del PIB impulsado por el gasto en defensa, la inflación de dos dígitos comenzó a manifestarse a finales de 2024.
El régimen ha utilizado la guerra como un mecanismo de redistribución de la riqueza. Los principales beneficiarios son los allegados a Putin y sus redes de clientelismo, quienes han adquirido activos depreciados tras la salida de empresas extranjeras o los han confiscado con el apoyo de figuras poderosas. Además, empresarios han lucrado eludiendo sanciones, y profesionales de cuello blanco han visto aumentar sus salarios debido a la emigración y la escasez de habilidades.
El apoyo al régimen se ha comprado mediante incentivos económicos a los soldados y sus familias. El salario promedio de un soldado ruso es significativamente superior al promedio nacional. Además, el gobierno ha entregado importantes sumas de dinero a las familias de las víctimas. La guerra también ha servido como vía de movilidad social para burócratas civiles y personal de seguridad, quienes aceleran sus ascensos trabajando en territorios ocupados o identificando y neutralizando a disidentes.
La represión interna se ha intensificado, criminalizando las críticas a la guerra y al ejército, y aumentando el número de personas catalogadas como «agentes extranjeros». Los críticos enfrentan el exilio o la prisión, mientras que las fuerzas de seguridad reciben recompensas por identificar «enemigos».
En el ámbito social, el gobierno ha impulsado una ingeniería social para arraigar la desconfianza hacia Occidente. Se imparten sesiones semanales de propaganda en las escuelas, y el Estado ha intervenido en la cultura y el entretenimiento, forzando al exilio a artistas independientes y restringiendo el acceso a plataformas como Instagram y Facebook.
En el plano internacional, la política exterior rusa se ha subordinado a forjar alianzas para apoyar el esfuerzo bélico, sostener una economía bajo sanciones y vengarse de Occidente por su apoyo a Ucrania. Rusia ha expandido sus lazos con países en desarrollo mediante la venta de materias primas a precios reducidos y el aumento de exportaciones.
Aunque el régimen de Putin difícilmente colapsará desde dentro, sus sucesores podrían tener mayor flexibilidad para redefinir la política exterior rusa. Se recomienda que los líderes occidentales comiencen a imaginar y comunicar una visión de coexistencia pacífica con Rusia, basada en el control de armas y formas de interdependencia económica. No ofrecer una alternativa a la confrontación podría obligar a futuros líderes rusos a perpetuar las posturas de Putin, incluida la dependencia de China.
Es esencial que Occidente prepare una estrategia para un escenario posterior a Putin, evitando que la confrontación permanente se convierta en el legado definitivo de la era Putin.