La era dorada de la financiación china ha llegado a su fin. Durante más de una década, China fue el gran prestamista global, inyectando más de 800.000 millones de dólares en 150 países a través de su ambiciosa iniciativa de la Ruta de la Seda. Sin embargo, la situación ha cambiado radicalmente: China está dejando de prestar dinero y ha empezado a exigir el pago de sus préstamos, una noticia que genera preocupación en países como España y en mercados emergentes de África y Latinoamérica.
El fin del crédito fácil chino
La palabra clave principal, «China deja de prestar dinero», define el nuevo paradigma. Hasta hace poco, China financiaba megaproyectos de infraestructura —puertos, ferrocarriles, carreteras— en todo el mundo, consolidando su influencia geopolítica. Pero hoy, el dinero que los países deben devolver a China supera el monto de los nuevos préstamos concedidos. Es el fin del modelo expansivo: Pekín ha pasado de ser un prestamista generoso a un acreedor exigente.
Dos tipos de deudores, dos estrategias
China ha segmentado a sus deudores en dos grandes grupos:
- Países grandes con deudas enormes (80% de la cartera): Reciben rescates, préstamos puente y facilidades especiales. Ejemplos: Pakistán, Sri Lanka, Venezuela, Argentina, Angola. El objetivo es evitar que una quiebra masiva afecte a los bancos estatales chinos.
- Países pequeños con deudas menores (20% restante): Solo obtienen extensiones de pago, sin dinero nuevo. Ejemplos: Zambia, Ghana, Mongolia, Tayikistán, República del Congo.
Esta estrategia busca proteger los intereses financieros de China, priorizando la estabilidad de su sistema bancario sobre la de los países deudores.
Contexto global: crisis y transición
El cambio comenzó tras la caída de los precios de las materias primas en 2015. La pandemia de COVID-19 y la guerra en Ucrania agravaron la situación, sumándose la subida de los tipos de interés globales. China ahora replica el modelo de los bancos occidentales de los años 80 y 90: tras una etapa de expansión crediticia, se convierte en un acreedor implacable que exige pagos y ajustes estructurales.
Impacto para España
El giro en la política financiera china tiene tres consecuencias clave para España:
- Menos acceso a megaproyectos: Empresas españolas de construcción e ingeniería (como ACS, Acciona y Sacyr) pierden oportunidades en África y Asia, donde los bancos chinos ya no financian grandes infraestructuras.
- Inversión china más selectiva: La inversión directa de China en España será más exigente, priorizando sectores con rentabilidad inmediata, como energía y tecnología, y menos compras estratégicas.
- Mayor riesgo en mercados emergentes: Empresas españolas con presencia en África y Latinoamérica (Telefónica, Iberdrola, Repsol) enfrentan mayor inestabilidad financiera y riesgo cambiario, ya que estos mercados dependían del financiamiento chino.
Conclusión: el final de una era
China ha completado su transición de potencia emergente a potencia establecida. La Ruta de la Seda fue la última gran apuesta expansiva; ahora, Pekín actúa como cualquier acreedor maduro, priorizando sus balances y cobrando sus deudas. Este cambio marca el inicio de un orden financiero global más predecible, pero también más estricto y competitivo.